Recuerdo hacia mediados de los noventa, leía en una revista de domingo,
un artículo sobre Cortazar, que hablaba sobre un loco obsesionado con el verde,
desde su ropa hasta su casa. Como usualmente vuelve a mi memoria este dato, lo
busqué. Se encuentra en “La vuelta
al día en ochenta mundos”, de 1967, homenaje de Cortázar a su
tocayo Verne. Allí tiene páginas memorables dedicadas a los "piantados".
Habla de dos piantados o según él, cronopios.
Dice Cortázar, como introducción-título de la crónica "Los
piantados y los idos": " Del gesto que consiste en ponerse el dedo
índice en la sien y moverlo como quien atornilla y destornilla". Y en ese
capítulo habla de cronopios:
“Para entender a un loco conviene ser psiquiatra, aunque nunca alcanza; para entender a un piantado basta con el sentido del humor.
Todo piantado es cronopio, es decir que el humor reemplaza gran parte de esas facultades mentales que hacen el orgullo de un prof o un doc,
cuya sola salida en caso de que les fallen es la locura, mientras que ser piantado no es ninguna salida sino una llegada. [...]”
“Para entender a un loco conviene ser psiquiatra, aunque nunca alcanza; para entender a un piantado basta con el sentido del humor.
Todo piantado es cronopio, es decir que el humor reemplaza gran parte de esas facultades mentales que hacen el orgullo de un prof o un doc,
cuya sola salida en caso de que les fallen es la locura, mientras que ser piantado no es ninguna salida sino una llegada. [...]”
El primer
cronopio que habla es:
“Pruebas al canto: Viene y dice usted es Marco
Polo no le digo sí que es me dice y cómo lo sabe le digo por ese paquete que
lleva en la mano me dice no veo relación le digo yo sí me dice a ver le digo
Marco Polo importó los fideos me dice y entonces qué le digo usted lleva un
paquete de fideos me dice pero esto no es un paquete de fideos sino de azúcar
le digo usted está loco me dice el loco es usted le digo no señor usted es el
que está loco si no sabe que es Marco Polo me dice.
Este diálogo velocísimo ocurrió en la esquina de la rue Blomet y la rue des Favorites y coincidió con una de mis épocas más porosas, me bastaba salir a la calle o abrir una carta o levantar el tubo del teléfono para que ahí no más se me descolgara un piantado.
Este diálogo velocísimo ocurrió en la esquina de la rue Blomet y la rue des Favorites y coincidió con una de mis épocas más porosas, me bastaba salir a la calle o abrir una carta o levantar el tubo del teléfono para que ahí no más se me descolgara un piantado.
Y un
segundo cronopio es el hombre de verde:
“
En mi juventud conocí a unos cuantos, pero siempre de lejos, muy serio, sin
darme, en aquel entonces yo también por pura delicadeza iba perdiendo mi vida,
me quedaba obstinadamente en la cordura (sigo, pero siempre como de vuelta,
asombrándome). En esa época en que iba conociendo de lejos a algunos piantados,
irrumpe por derecho propio don Francisco Musitani, que vivía en el pueblo de
Chivilcoy y amaba de tal manera el verde que su casa lo estaba íntegramente y
para más seguridad se llamaba "La Verdepura"; su santa esposa y
apabullados hijos andaban vestidos de verde como el jefe de la familia, que
cortaba y cosía personalmente la ropa de todos para atajar cismas y
heterodoxias, y que se paseaba por el pueblo en una bicicleta verde en cuyo
manubrio, si recuerdo bien, había entre cuatro y siete campanillas y cornetas
de diferentes tamaños, sonidos y finalidades (para la esquina, la media cuadra,
la vereda de los pares o los impares, la plaza, el domingo, etc.). Don
Francisco Musitani tenía en el banco una barbaridad de plata que había ganado
vendiéndoles fonógrafos a los paisanos en la época en que las victrolitas His
Master's Voice iban imponiendo literalmente su marca de fábrica en la economía
rural argentina. Armado de victrolas con bocinas infaltablemente verdes,
nuestro amigo recorría las estancias en un sulky verde tirado por un caballo
verde; este caballo, víctima de la misma pasión que llevó a Leonardo a dorar a
un niñito para una alegoría en casa de los Sforza, no tardó en morirse por
asfixia cutánea o como se llame: en mi tiempo quedaban aún testigos de su paso
por los ranchos y de la acentuada estupefacción de los paisanos.
Gran piantado, Don Francisco era consecuentemente genial. Así, al construir "La Verdepura", decidió que un acentuado declive desde las habitaciones del fondo hasta la calle simplificaría enormemente las labores de limpieza a cargo de su esposa; bastaría así echar un balde de agua en el fondo de la casa para que este dócil elemento se volcara en la calle llevándose todas las pelusas (verdes). Y no es por nada que he citado las pelusas: Don Francisco odiaba las panaderías que acondicionan el pan en bolsas y sacos pues sostenía que las pelusas de la arpillera ponían en peligro la salud popular. Todos los años, los muchachos del Colegio Nacional le pedían para la fiesta de fin de curso una conferencia sobre los peligros de la pelusa, y Musitani se presentaba con su mejor traje verde y varios panes contaminados que exhibía ante un público que creía vengarse así de una excentricidad que lo desasosegaba. Asistí a la conferencia de 1942, vi cómo se fabrican las buenas conciencias colectivas; aquel piantado, tan solo frente a la horda de cuerdos satisfechos y de chiquilines ya embarcados en la recta vía, tenía algo de heraldo absurdo, de botella verde que flota en la orilla con su mensaje que nadie entenderá porque no ha sido escrito con la mano derecha y tampoco con la izquierda. Y, claro, ellos lo aplaudían con las dos.”
Gran piantado, Don Francisco era consecuentemente genial. Así, al construir "La Verdepura", decidió que un acentuado declive desde las habitaciones del fondo hasta la calle simplificaría enormemente las labores de limpieza a cargo de su esposa; bastaría así echar un balde de agua en el fondo de la casa para que este dócil elemento se volcara en la calle llevándose todas las pelusas (verdes). Y no es por nada que he citado las pelusas: Don Francisco odiaba las panaderías que acondicionan el pan en bolsas y sacos pues sostenía que las pelusas de la arpillera ponían en peligro la salud popular. Todos los años, los muchachos del Colegio Nacional le pedían para la fiesta de fin de curso una conferencia sobre los peligros de la pelusa, y Musitani se presentaba con su mejor traje verde y varios panes contaminados que exhibía ante un público que creía vengarse así de una excentricidad que lo desasosegaba. Asistí a la conferencia de 1942, vi cómo se fabrican las buenas conciencias colectivas; aquel piantado, tan solo frente a la horda de cuerdos satisfechos y de chiquilines ya embarcados en la recta vía, tenía algo de heraldo absurdo, de botella verde que flota en la orilla con su mensaje que nadie entenderá porque no ha sido escrito con la mano derecha y tampoco con la izquierda. Y, claro, ellos lo aplaudían con las dos.”